sábado, 23 de agosto de 2014

No te rindas ante nada.

Saber mirar es saber amar...





Qué fácil es rendirse ante las dificultades de la vida, cuántas cosas nos pueden suceder y que vayan tirando de nosotros hacia la parte negativa. Decía Séneca que vivir es guerrear. Ángel Ganivet, ese granadino universal hablaba de la tendencia a hacer balances negativos en nuestra vida. Frente a los avatares de la vida podemos optar por el lamento e inculpación a terceros o bien tomar las riendas y decidir a dónde nos dirigimos. Algo muy importante para no rendirse es tener una visión larga de la jugada significa la inmediatez, la cercanía y en ella todos somos deficitarios, es decir, cualquier análisis de la vida personal en la inmediatez presenta demasiadas carencias. Y esto sucede en nuestras actividades diarias, en las relaciones personales, en la familia, en el trabajo… porque siempre hay flecos por resolver. Aceptarlos, crecer con ello e intentar superar es digno de madurez y buena salud mental. La visión larga nos lleva a pasar por encima de las cosas negativas. El hombre inteligente eleva su mirada que apunta hacia el porvenir.



Invito a mis lectores a crecerse ante la adversidad. A ser capaz de mirar hacia delante y hacia arriba. Dice Unamuno en su diario íntimo, que es un texto de retazos de escritos suyos cogidos por alumnos suyos de la Universidad de Salamanca: no darse por vencido ni aun vencido; no darse por esclavo ni aun esclavo. En ese sentido la felicidad es el sufrimiento superado: el pequeño, el cercano, el habitual y también el mediano y el grande.

Vivimos en tres eras psicológicas que se entrecruzan en el mundo actual: era de la depresión y era del estrés, a las que se ha unido en los últimos años una nueva etapa malévola y terrible que ha ido asomando como un iceberg hasta colocarse en el mismísimo centro: la era del desamor. Las tres forman un tríptico real que refleja muchas cosas de lo que está sucediendo en nuestra cultura.

La depresión es el embotamiento del estado de ánimo. Mientras que la tristeza es la lucidez del perdedor. En el primer caso hablamos de enfermedad, en el segundo de una melancolía que da nitidez al que la siente. El estrés es el ritmo trepidante de vida sin tiempo para casi nada. El desamor consiste en no haber sabido o podido gestionar de forma adecuada el parque jurásico de los sentimientos.

Debemos desarrollar una maestría singular para dirigir nuestros pasos hacia lo mejor. La vida es la gran maestra, enseña más que muchos libros. Vivir es arriesgarse , adelantarse, programar, saltar por encima de las dificultades y volver a empezar. Dice Virgilio en su libro Las Geórgicas: félix qui potuit rerun cognoscere causas, “feliz el que puede saber la razón de las cosas.”

Amo pobre no necesita criado. Ser rico significa que ese programa de vida personal al que he aludido al principio de este artículo será a la vez sugerente y realista, atractivo e instalado con los pies en la tierra.

La felicidad es una conquista. No es un a priori, sino un a posteriori. La felicidad consiste en un estado de ánimo donde uno va superando las derrotas personales y ese titanic termina haciendo que te sientas en un cierto estado de plenitud, en donde los que pierden ganan, en donde los sufridores se levantan.

Leí hace poco en un viaje mío a Roma en una casa con mucha tradición cultural la siguiente leyenda: nihil diffícile volenti, nada es difícil si hay voluntad. En este paisaje que he dibujado, en esta pincelada psicológica se alza la voz propia la voluntad, la joya de la corona de la conducta. Debemos meterla en nuestro mapa del mundo personal y que se cuele por los entresijos de su geografía. La personalidad es la arquitectura del edificio de uno mismo y nuestra fachada.

Termino. Todos tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy ( autoconcepto); lo que otros piensan de mi( imagen); y lo que realmente soy(la verdad sobre mi mismo).

Saber mirar es saber amar.

Enrique Rojas
Catedrático de Psiquiatría Madrid
Autor de No te rindas, (Editorial Planeta 2012).



Pasado es Pasado


musa en azul celeste



Un hábito bastante común de la mente es el de divagar hacia eventos y situaciones del pasado. Algo que incluso puede parecernos normal y que no merece mayor atención. Sin embargo, una reflexión más minuciosa acerca de esta tendencia tan natural, nos alerta sobre sus implicaciones y efectos.

Una cosa es dirigirnos al pasado de manera consciente, para recordar hechos y para extraer información y aprendizaje. En ese sentido es algo no sólo útil sino necesario en muchas ocasiones. Algo muy diferente es volar con la imaginación, de modo involuntario, a escenas y situaciones del pasado y volver a revivirlas, evocando los sentimientos, sensaciones y emociones que se produjeron. A veces incluso, jugando con la imaginación, tratar de cambiar y modificar esas escenas.
Tanto si fueron escenas agradables como desagradables, en ambos casos, volver con nuestra mente al pasado nos impide vivir con plenitud el presente. Esta inhabilidad de permanecer en el aquí y el ahora no nos deja contribuir al presente de la mejor manera posible ya que no estamos plenamente alertas ni conscientes de lo que está sucediendo.
Cuando hablamos del presente, por un lado implica el momento actual y por otro, la misma palabra lo expresa, es el regalo más valioso, es la oportunidad de aprender y crecer, pero sólo si sabemos vivirlo con plena consciencia.
Una práctica útil para centrarnos en el presente es la de poner un punto final: una y otra vez, a lo largo del día, tenemos que hacer una parada de un minuto y sumergir todos los pensamientos en la experiencia de estar centrados en el interior y presentes. Para ello nos puede ayudar el traer a nuestra mente algún pensamiento elevado y positivo como “soy un ser espiritual, un ser de luz y paz” y experimentar así la conexión con nuestra esencia de silencio y serenidad. Cuanto más practiquemos este sencillo ejercicio, más debilitaremos el patrón de viajar con la mente al pasado y más disponibles estaremos para vivir y crear un presente lleno de significado y propósito.
Al vivir en el pasado no le damos la posibilidad a nuestro ser interior de aprender, de experimentar sensaciones nuevas…Nos perdemos el hoy y cerramos las puertas a todo lo nuevo.
Una persona que vive pensando en su pasado minimiza el presente y va perdiendo poco a poco sus ganas de vivir. Detengamos los recuerdos, naveguemos por ellos de tanto en tanto pero cuando sintamos que nuestro barco se detiene demasiado tiempo allí abandonemos el viaje y volvamos a la orilla del presente, del hoy, de este momento.
Mirar hacia atrás es retroceder, todo lo que sucedió ya forma parte del pasado.
Lo que importa ahora es el presente.¡ Avancemos sin temor!
(Graciela De Filippis).


Etiquetas

Emoticonos