viernes, 20 de diciembre de 2019

Bienvenidos al desengaño y la desilusión


¡Qué desilusión!, me siento hundido… nada tiene sentido…
¿Todavía piensas que desilusionarse es algo que conviene evitar?
¿Acaso nos gusta vivir engañados?
La ilusión es un término que ya en sí mismo señala irrealidad y dominio de las apariencias, un término que incluso da nombre a la figura del ilusionista. En realidad el término ilusión se asemeja a “burbuja”, es decir, a una imagen bonita pero a la vez inconsistente que, a poco que indaguemos, comprobaremos que vive amenazada por una aguja, una aguja no definida pero temida que mantiene al ilusionado en un estado sutil de amenaza ante el “pinchazo” y la consiguiente desilusión. Ante este panorama, ¡Viva la sobriedad!
Si calibramos la diferencia entre entusiasmo que hace etimológicamente referencia a en zeus siasmarse, o “estar lleno de Zeus”, es decir de dios, y el término ilusión que parece referirse a ausencia de luz, observaremos que mientras el primero es creativo y de amplios recursos, la ilusión tiende a basarse en proyecciones que a la manera de atajos en el desarrollo, pretenden resolver carencias. El entusiasmo como sentimiento brota generoso desde lo profundo y de por sí sabe a cierto y legítimo. Este mismo rango lo comparte la alegría, otro sentimiento cuyo estado de conciencia conlleva confianza y serenidad, cualidades ambas de la esencia. ¡Cuán diferente es la alegría de la ilusión! En realidad, mientras que reconocemos el entusiasmo y la alegría como profundos, reales y verdaderos, sabemos que en la ilusión viven sutilmente ocultos los miedos y la ceguera.
En realidad la pérdida y el desengaño tienen mala prensa en nuestras vidas, pero a poco que seamos conscientes de la existencia de un “algo más” tras las apariencias, un algo más que moviliza el proceso del vivir, no tardaremos en darles la bienvenida. Conforme indaguemos, veremos que todo dolor que podamos haber vivido en nuestro pasado, conllevó algún tipo de pérdida en su propio Kit. Es decir, pérdida de seres queridos, de objetos, de salud, de amistad, de lealtad, de juventud, de belleza, de un proyecto, de un íntimo sueño, de la seguridad, del bienestar, de dinero, de amor, de dios, del atractivo, de cualidades, de poder, de capacidad, de confianza… observemos que detrás de aquel dolor, había ciertas dosis de apego y pérdida. Un dolor que tan solo se acalla y resuelve tras realizar el proceso de aceptación que toda pérdida conlleva. Es por ello que a mayor aceptación menos dolor, y a mayor dolor menos aceptación. Un proceso translógico y nada controlable que alarga o acorta el tiempo de duelo.
Detrás de este juego de pérdidas pasadas y contemplación de pérdidas futuras, se esconde el aprendizaje no solo de la sabia acción de “soltar” y desprenderse de la identificación a cosas, cualidades y personas que tanto poder tienen de turbar la efímera seguridad que parecen proporcionarnos, sino también de consolidar una manera de ser y vivir en el sostenido desapego, un desapego que no conlleva indiferencia, desamor ni desinterés, sino una consciente y ecuánime relación de Realidad con todo lo que parece que hoy tenemos, ya sea en propiedad o en identidad.
Pérdida a pérdida vamos haciéndonos más ligeros, y conforme hay más ligereza, al igual que un globo aerostático, la vida que encarnamos se eleva hacia espacios de mayor sutilidad, hacia reinos de menor densidad, hacia una mayor visión global y mayor vivencia de libertad.
Comprender que en realidad por más que parezca que tengamos, no tenemos nada, y comprender que todo lo que percibimos es temporal y que somos “más pasajeros que conductores” en este gran juego que llamamos vida, es una de las primeras lecciones que nos aportan la pérdidas. Pérdidas que cumpliendo su misión didáctica a cargo de la Inteligencia de Vida, suelen venir en rachas de apariencia oscura y de consecuencias luminosas…
El desapego no solo conlleva una relación de transitoriedad y de presencia con todo lo que ahora tenemos propiciando nuestro bienestar, sino que también podemos entenderlo como una progresiva desidentificación del cuerpo, de los pensamientos, y del propio personaje que encarnamos. Esta desidentificación puede producirse en la evolución de algunos seres avanzados cuando logran atravesar la mente pensante e instalarse en la identidad esencial. Una travesía que sucede abriendo la puerta del ahora, y vivenciando un estado atencional al presente continuo, algo que se conoce como la trascendencia del ego, y que sustituye a la muerte física en este noble oficio de realizar la esencia, realizarla como forma de desvanecerse en el océano de conciencia o identidad Luz.
El desengaño supone salir del engaño, y eso aunque parezca doloroso, es una bendición, la bendición de participar de un mayor grado de verdad, una verdad cuya búsqueda convierte a muchos seres que la anhelan en unos verdaderos peregrinos. Se trata de buscadores a los que ya no les basta la falsa sensación de seguridad que les ofrecen las posesiones y las identificaciones. Son seres que deciden recorrer el camino de la comprensión aunque éste conlleve progresivas dosis de desilusión y desengaño, un camino que a su vez ofrece múltiples pérdidas y despegos para llegar a abrazar el auténtico amor de sus vidas: la Verdad.
Mañana podemos perder lo que más valoramos. Incluso podríamos estar muertos.
Vivamos al día, y demos gracias al universo por “lo que hay”, pase lo que pase.
En realidad, no tenemos más que el momento presente.


José María Doria

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