miércoles, 19 de febrero de 2014

La Virtud...

"La virtud no consiste en hacer grandes cosas, sino en hacer bien las pequeñas..."
Montaigne.






La vida de un ser humano tiene curiosas etapas. Los muy jóvenes desean aflorar al héroe que llevan dentro. Para ello, rompen moldes
preestablecidos y tratan de encarnar el mito arquetípico que su corazón bombea. Sin embargo, en otra etapa posterior, llega el desencanto racional y con él, la caída de ideales y la consiguiente madurez interna. Se trata de un nivel que conlleva aceptación de las reglas de juego y un sutil deseo de, refinar las pequeñas cosas de la acción cotidiana.

Dicen los mitos que aquella joven heroína, en su camino hacia el País de los Despiertos, atraviesa el bosque sorteando peligros y hechizando a los dioses y a las bestias. Una vez llegada al lugar, de pronto se da cuenta de que los lúcidos que allí moran, expresan más prudencia que coraje, más perseverancia que arrebato y sus miradas profundas abren caminos sin necesidad de espada...

Cuando se expande la consciencia, la presión del logro externo deja paso a la primacía de la observación interna. Ahora, el antiguo brío se convierte en refinado equilibrio de las propias fuerzas. Poco a poco, nace el discípulo del Espíritu que, tras sucesivas iniciaciones, despliega y expande la capacidad del darse cuenta. Desde este estado de progresiva maestría, observa que todo encaja solo y qué gran alcance tienen los propios pensamientos y palabras. Y si antes lo importante era qué hacer en la vida, ahora lo que demanda atención es el cómo hacer las cosas de cada día. Si antes aquel guerrero soñaba con grandes victorias, ahora se cuela sutil y anónimo en la apertura de crisálidas y la sanación de heridas abiertas. Si anteriormente enfrentaba obstáculos oponiendo su gran fuerza, ahora fluye como el agua que acaricia a las piedras.

La llamada madurez. Un punto de encuentro en el que se dan cita el poder de lo pequeño, la inocencia consciente y la espontaneidad perfecta. Cuando uno se convierte en su propio arquero que tensa su arco con precisa atención, se funde certero no sólo en la esencia de la flecha, sino también en el núcleo de la diana.

J.Doria

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