domingo, 13 de abril de 2014

Alegría...




Dormía y soñaba que la vida no era más que alegría. Desperté y vi que la vida 
no era más que servir. Serví y vi que servir era la alegría.
(Rabindranath Tagore)

¿Existe algo más deseable que la alegría sin causa? ¿Alegría sin causa? 

Sí, sin causa. La alegría entendida como un estado de conciencia que no depende 
de condiciones externas y ajenas.

Un estado lúcido y chispeante que parece brotar desde el alma sin referencias 

mentales ni promesas vanas. Se trata de vitalidad cristalina que se expresa cálida 
en el latir de todas y cada una de las células.

La “alegría sin causa” es una llama tan íntima y sutil que cualquier frustración o 

desengaño, ni la ensombrece ni la apaga. Mientras que tal alegría incondicionada 
se despliega desde muy dentro, existen otros estados de excitación que también
 llamamos alegría, totalmente condicionados por el rumbo de las cosas. Se trata 
de niveles de ánimo que, al depender de factores externos, lejos de afirmarse 
como estables, oscilan en la marea emocional, afectados por el vaivén de sus 
opuestos, la euforia y la tristeza.

La “alegría sin causa” no tiene opuesto en el péndulo porque la fuente de la que se

 nutre es la mano que sostiene la balanza. Cuando aflora, señala la coherencia de
 la vida diaria con el propósito central que da sentido a nuestra existencia.

¿Conoce usted el propósito de su vida?, ¿se formula alguna vez tal pregunta? El

 hecho de saber que estamos realizando el propósito por el que sentimos estar 
vivos, no es banal. 
Saberse inmerso en él, produce un nivel de alegría capaz de permanecer por 
encima de muchas penas y pérdidas que encogen nuestro corazón en el camino
 de la vida.

A veces, nuestro propósito consiste en gozar sirviendo al alivio de los demás seres

 y en ser útiles al desarrollo y bienestar de las personas. ¿Cómo se sintió, por
 ejemplo, el inventor de la penicilina al descubrir semejante bien para 
generaciones venideras?

Tal vez, sabemos que aquello que hemos encontrado de valioso y reparador 

merece ser compartido y devuelto a todo ser que a nuestro lado pasa. Muchas
 personas, con una vida exclusivamente prosaica, tras enfrentar una no casual 
crisis que todo lo desmantela, despiertan a valores que los tornan sensibles a
 la compasión y la ayuda de los que menos esperan. Son seres que ya oyen 
ecos de sus almas señalando cómo servir al otro y apoyar lo que éste anhela.

Se diría que tienen un sentido afinado para captar las profundidades de las
 personas que conectan. Seres que, desde pequeños, sienten la tendencia 
de servir a los seres vivos en el alivio de sus dolores, haciendo más llevaderas 
sus cargas muchas veces subterráneas y silenciosas.

A base de expresar lo que de sus corazones brota, van descubriendo un

 sentido en la vida que anhela satisfacer la vocación de servicio al alivio del 
malestar y al cultivo de  una paz hermanada.

Son personas que, aunque sus rostros no tengan arrugas, a veces, parecen 

muy viejas. Su sentido del dolor humano y la facilidad con que se ponen en el 
lugar de otras, las convierte en benefactoras anónimas en permanente servicio, 
algo que les supone la razón de ser de sus vidas. Se trata de los“nuevos 
servidores del mundo”, personas que más parecen haber caído de alguna 
estrella. Casi todo el mundo conoce una y también casi todos esperan de ellos
 la energía que desprende la lucidez de sus miradas.

Si alguien les formula, ¿qué sentido tiene para ti la vida?, lejos de responder

 conceptos típicos como placer, fama y riqueza, contestan unánimes que servir 
es su alegría, servir de una y mil formas, ayudando a progresar a todos aquellos 
que pasan, no casualmente, por sus vidas...

J.M.Doria

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