lunes, 3 de marzo de 2014

Aventura





No existe mayor aventura que la de aventurarse en el otro. El resto es turismo.
Herman Hesse

Si queremos afrontar la aventura de ampliar los límites del pequeño yo, ¿qué mejor posibilidad que saltar a la realidad que “el otro” percibe?, ¿qué mejor posibilidad que empatizar con sus sentimientos e intuir el rastro de sus sueños? Sin duda, es un viaje iniciático que permite traspasar las fronteras del propio egocentrismo. Captar las necesidades del otro, percibir sus miedos y sus deseos, reconocer sus anhelos y saber de los pliegues de su mirada es un viaje de amor y conocimiento que trasciende el propio narcisismo y expande la consciencia.

La vida es una aventura de aprendizaje sostenido que encuentra su máxima expresión cuando buceamos en el interior de las personas. Cada inmersión en el alma del prójimo es una carrera de espejos. Éstos reflejan un oculto yo que, gracias al otro, se revela y se nos muestra. Sin embargo, nada que no hayamos previamente conocido y registrado en nosotros, seremos capaces de reconocer en la mirada ajena. Cuanto más hayamos vivido y observado, más horizonte podremos percibir en la pupila de otras auras. Cada indagación es un abrazo a lo desconocido que remueve viejas formas y fertiliza de insospechadas posibilidades a nuestras moradas internas.

Arriesgue y mire a los ojos del otro cuando comunique sus sentimientos e ideas. Abra su corazón mientras escucha algo más que las palabras que salen de su boca. Relaje el entrecejo al contemplar su rostro y ábrase a la percepción de todo su ser mientras respira conscientemente, sabiendo que expande su campo aúrico y abraza sutilmente al Ser que usted conecta.

Aunque hable de cosas sin importancia y se encuentre en un ambiente de intrascendencia, mire el rastro de lo eterno que vive en el interior del otro y reconozca la infinitud que vive oculta tras sus actitudes y sus formas. Aunque su encuentro con el otro parezca funcional y tan sólo se hable de cosas prácticas, sentirá como detrás de los gestos y palabras que usted emite, laten oleadas de empatía que señalan grandeza.

Poco importa si ahora el camino de su propia vida atraviesa un ciclo de temor y resistencia.

Cuando abrace al otro, hombre o mujer, enfoque su atención al centro de su propio pecho y, entornando sus ojos, perciba los fuegos de las dos llamas conectadas. Permanezca esos instantes eternos entrelazando la energía de los dos núcleos que ahora se reconocen más allá de sus máscaras y de sus defensas. Formule preguntas acerca de todo lo que usted sienta. Como bien sabe, para responder a ellas, su interlocutor deberá previamente mirar hacia áreas de sí mismo que, habitualmente, ni mira ni a veces, recuerda. Viaje a su corazón y a su mente mientras indaga desde un vacío que no juzga ni compara y, por tanto, ama.

Pregunte al otro, ¿qué siente cuando abraza y qué sueña, cómo entierra a sus muertos, cómo supera sus pérdidas y cómo se casa? y ¿de qué ríe y de qué llora?, ¿qué admira de la vida y qué le satisface de su gente cercana?, ¿cómo desearía morir?, ¿cómo es su familia?, ¿qué subraya en sus amigos y qué es lo que realmente le importa?, ¿qué sentido tiene su vida y qué busca su corazón cada mañana?, ¿quién de verdad es y dónde orienta su mirada?, ¿hacia qué siente ternura y con quién iría a una isla desierta? ... después comparta el silencio. El silencio elocuente que brota cuando el corazón habla

J.M.Doria

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